miércoles, 6 de octubre de 2010

Anita la tamalera ha dado en ser diputada (1/4)

Carta primera a El Pensador Mexicano

Señor pensador: como usted suele meterse a desfacedor de agravios y nosotras las mujeres le merecemos tantos miramientos, que aún en el año [1]821 imprimió la especie de que debíamos y podíamos ser diputadas a Cortes, lo mismo que los hombres, por lo que un fraile, que Dios lo perdone, quiso trabar con usted una disputa muy formal, asegurando que no somos ciudadanas, he resuelto valerme de usted, dirigiéndole mi presente discurso para que ponga en conocimiento del público, a fin de que las materias que incluye se ventilen con la detención y madurez que exige su importancia. Vamos al negocio
Sabrá usted que con motivo de las últimas pasadas elecciones, y las próximas que se esperan para diputados y senadores, estoy que me como los dedos, uno tras otro, por ser diputada o senadora; y si esto consistiera solamente en ser masona, yorquina o escocesa, lo fuera yo de mil amores por tal de hablar con garbo en el salón de la Cámara a que perteneciera, por dictar leyes, aunque fueran fanáticas, gravosas o ridículas, por tener ocho pesos y tomines diarios de renta con qué mantenerme; pues le aseguro a usted, señor Pensador, que ya no me la puedo acabar con tanta pobreza; ya se ve, está el tiempo perdido, y los malditos hombres ya no quieren comer tamales si no se los dan grandes, buenos y baratos; con esto me hallo aburrida con mi oficio, y quisiera quitarme de tamalera; pero no lo hago porque entonces me expongo a morir de hambre, pues no tengo más protección ni arbitrio sino mantenerme de mi trabajo.
Conociendo que comer a cuenta de otro, sin trabajar, es una grande habilidad y conveniencia, y advirtiendo que para ser diputados fanáticos y del montón no se necesita ni ilustración, ni patriotismo, ni elocuencia, sino buenas posaderas para oprimir las sillas, y manos largas para apañar discientos y cincuenta duros cada mes, quisiera que a las pobres mujeres se nos levantara ese entredicho injusto, que ustedes los hombres nos han echado encima, dejándonos en paralelo con vosotros.
No, no se ría usted, yo creo que mil de nosotras hubiéramos desempeñado mejor el cargo de diputados que mil de ustedes, por lo menos, no hubiéramos estado calladas dos años, pues si hablamos tanto de balde, ¿qué hiciéramos si nos pagaran por hablar?

[Tomado de José Jaquín Fernández de Lizardi, Obras XIII. Folletos (1824-1827), recopilación de M. R. Palazón Mayoral e I. I. Fernández Arias. UNAM, 1995. Pueden ojearlo aquí]